La belleza es relativa. Para algunos estos serán edificios feos, abandonados. Para mi significan un viaje al pasado, nostalgia y mucho cosas más.
Bonaire 17 era el nombre de la calle y número de residencia del que fuera mi hogar en mi niñez y adolescencia. Soy de la Playa de Ponce y considero un privilegio haber crecido allí. Este último viaje a Puerto Rico aproveché la ocasión para tomar fotos del lugar. Las viviendas de la calle ya no existen, y tampoco hay tanta gente como antes. No se siente el bullicio del vecindario. Todo cambia, todo evoluciona.
Las fotos de esta entrada son de lugares que podías ver desde el balcón de mi casa. Algunos de los edificios están abandonados y el tiempo ha dejado su huella. Para mi están llenos de ricas texturas, personalidad y gratos recuerdos.
En algún momento en esta esquina grabaron parte un anuncio de una marca de pinturas. Recuerdo que en el mismo salían vegigantes bailando y era muy colorido.
Este edificio fue un cine en la época de mis hermanos mayores. Luego pasó a ser parte de la Unión de Trabajadores del Muelle. Allí fue mi graduación de sexto grado en el primer piso y la fiesta en el tercero. También se celebraban “talent shows” y muchos “disco parties”. Aún con lo sobrio de los colores, lo observo y me recuerda fiesta, baile, diversión.
El edificio de la esquina izquierda fue donde mi mamá tuvo su primer salón de belleza. Yo siempre lo conocí como la panadería de la esquina (había otra a pocos bloques de allí). La calle a la derecha te llevaba la farmacias (habían dos en la misma calle), o uno que fuera de mis lugares favoritos, la tienda de discos de Doña Meri. Allí habían dulces, los más ricos que puedas imaginar. Pilones de todos los sabores, maní tostado, paletas Sugar Daddy, bolitas que picaban en la boca (Fire Balls), Fun Dip y otros más… ¡Qué mejor para una niñez feliz que tener una tienda de dulces a pasos de tu hogar! Eso sin mencionar la de casas que vendían límbers y esquimalitos.
Era una época en que la vida era menos complicada, se dependía menos del carro. Podías comprar la leche y el pan, buscar un medicamento a la farmacia, y de paso comprar el ’45 de moda, todo ese recorrido a pie. La ferretería, el colmado, la barbería, la zapatería, las iglesias, hey.., también las barras, todo quedaba cerca. Sí, antes había zapatería. Cuando los zapatos estaban algo dañados, la gente no los botaba. Cambiaban la suela, el taco o los remendaban. Ah, y a la escuela también se iba caminando. Todas las escuelas que fui quedaban a pocos bloques y el camino era divertido cuando te la pasabas hablando con tus amistades y contando chistes.
El edificio de la esquina izquierda fue la fábrica donde mi Papá trabajó por 27 años. Luego pasó a ser guardián de la plaza que quedaba justo al frente. Por más de 30 años no necesitó transporte para ir a trabajar. Eso rieles de tren siempre me llamaron la atención. Era un viaje al pasado de cuando en algún momento en Ponce hubo ese medio de transportación.
En este espacio estaba la casa. Bien cerca de donde está el círculo del medio en el piso. Escribo esto y la nostalgia me nubla un poco la vista.
Este era mi patio. El hermoso Mar Caribe. Por un tiempo no hubo rompeolas y el mar estaba casi tocando la casa. Luego hicieron uno que al menos en momentos de huracán, brindaba cierta protección. Pero en general siempre fue un mar tranquilo.
Estos pilotes son lo que queda de lo que fuera un muelle, justo al lado de nuestra casa. El muelle lo construyó nuestro vecino Don Pablo, un pescador que era muy sabio y su pasión era el mar. Allí era donde se montaba a sus embarcaciones que el mismo construía. Don Pablo hacía sus propios botes y los bautizaba con el nombre de sus hijas. Su casa estaba llena de trofeos de todas las regatas en las que había participado.
Ese mismo muelle lo utilizábamos para cuando nos queríamos tirar al agua. Este sector no tenía orilla. La poca que había, el rompeolas la desapareció. Eso no era impedimento para aprovechar de este hermoso paisaje. Le pedíamos prestada una escalera a Don Pablo la cuál amarrábamos para hacer más fácil la tarea de salir del agua. Muchas, muchas veces, pasamos el día dentro del agua hasta que el hambre o el cansancio nos obligaba a salir. El islote que está en el fondo de esta foto es conocido como la Isla de Cardona. Y como el puerto de Ponce está bien cerca, desde casa se veían los barcos entrar y salir al mismo. En la terraza había binoculares por si queríamos ver de cerca la acción.
Esta placita estaba al cruzar la calle de nuestra casa. Se llama Plaza 65 de Infantería y es en honor al famoso pelotón boricua destacado en varias guerras, en especial la de Korea. Los árboles no están tan frondosos como los recordaba y ya muchos ni están. También ha sufrido algunos cambios en lo que a estructura se refiere. Aquí aprendí a correr bicicleta, patines y jugábamos hasta que nos pegaban un grito y teníamos que regresar a nuestros hogares. Ya no está la tarima que tenía una lira (el instrumento musical) dibujada en el fondo. En esa tarima se presentaron muchos artistas cuando hacían fiestas y festivales en la placita y sus alrededores. De los que me acuerdo están El Conjunto Quisqueya, Basilio, Amanda Miguel, Yolandita Monge y la única, la reina, la más grande que grande… ¿Qué de quién hablo? Pues de la diva Ednita Nazario. Al que me diga que no hay profeta en su propia tierra yo solo contesto este nombre: Ednita Nazario. Si hay alguien querido en mi pueblo es ella.
Todavía quedan uno de estos. Habían tres en los alrededores de la placita. Era perfecto cuando querías llamar a tus amigas y querías privacidad (lo privado que pueda ser hablar en una plaza pública, pero al menos la familia no te escuchaba…) o cuando junto con el corillo de amistades querían hacer maldades por teléfono.
Nuestro hogar era uno humilde y no miento cuando digo que hubo muchos momentos de estrechez económica. Pero mirando el pasado a través de estas fotos, las experiencias vividas me hacen sentir súper afortunada. ¡Feliz fin de semana!
No Comments